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Gorgoneion con cuerpo de mujer

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  Por: Gretchen Kerr La Tumba, confidente de mi sueño infinito (Porque la Tumba siempre comprenderá al Poeta) En esas largas noches en las que el sueño está prohibido Te dirá: de que os sirve, insensata cortesana No haber conocido lo que los muertos callan (…) Remordimiento Póstumo Charles Baudelaire Se rindieron los cinceles en las manos, sin atreverse a profanar la roca que hubiera recibido en su seno tus carnes de hembra pecaminosa De demonio. De erotismo pagano: Gorgoneion con cuerpo de mujer. Nos quedamos mordiendo el polvo a la entrada del Purgatorio, dos centímetros más abajo, rumiando los huesos antiguos del infortunio al amparo del panteón de los sin nombre, con grilletes en los dientes, tierra en el vaso y el fémur de la justicia hundido entre las piernas. Nos quedamos errando en la llama parpadeante de un cirio, dormitando sobre el sepulcro ajeno, lamiéndole las costillas al hambre con la indulgencia en el bolsillo y un epitafio de condenación en los ojos. Gorgoneion con...

LOS CUSTODIOS DE LA TORMENTA

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Hace cuatro siglos, ocultos bajo la superficie del mundo, Los Custodios de la Tormenta protegían un poder ancestral: el Laether, energía cósmica que podía alterar la realidad misma. Para algunos, era un don de los dioses; para otros, una maldición que debía ser contenida a toda costa. Liderados por el severo Alaric von Stormen, los Custodios gobernaban con disciplina férrea, manteniendo su existencia en el más absoluto secreto. Pero la ambición de la humanidad no conoce límites. En la superficie, la Revolución Científica impulsaba a los países a explorar lo desconocido en busca de poder. Fue así como el científico Elric Durand descubrió fragmentos de información sobre el Laether y, junto a un grupo de académicos y mercenarios, emprendió una expedición para hallar la fuente de esta energía mística. Elric y su equipo penetraron por medio de antiguos túneles que se encontraban en un parque, en el santuario subterráneo de los Custodios. La estructura, un coloso de piedra y metal entrelazad...

La Tía Berta

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  __Nunca te cases Antonia__ me dijo la tía Berta mientras con la mano derecha arreaba montoncitos de migas por el hule gastado de la mesa.  En el centro del patio de ladrillos, en ese cielo encauzado,  entre malvones,  geranios y glicinas se erguía majestuoso el    brocal   revestido de azulejos y sobre él   un pescante de hierro, a modo de arco muy ornamentado, donde se sujetaba la roldana, la soga y el balde. Recuerdo uno de esos días: estaba levantando el balde para llevar agua a la cocina (mamá no lo podía hacer por su estado de embarazo) cuando escuché gritar a mamá:   __¡Llegó la tía Berta!__. No tuvo tiempo ni de acomodarse en el comedor.  __ Escondé las valijas Antonia, que no las vea tu padre__ me ordenó  mamá. La tía Berta, la hermana mayor, muy parecida físicamente a mi madre venía a instalarse unos meses a la casa. En ese momento desconocí el motivo de su visita tan repentina pero cuando iba hacia el cuarto  e...

Mi Pena Andina

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  Relato en desconsolada tonada mi padecimiento y penitencia desde estas lomas del olvido, entre el alma y mi atezado cuerpo, mortificados, ambos, por las ausencias… ¡Loca composición del actual adiós!… ¡Complejo verso de la vieja lejanía!…   El volcán andino de mis pasiones hoy vive un envilecido sosiego bajo esta afligida garúa incesante de la Suramérica tan nuestra…   Mientras, de cuitas y angustias se va tiñendo esta sangre experimentada que anega mi corazón taquicárdico y obliga a aquella sesera recordadora a eyacular mil ideas nostálgicas, llenas de melodías y cosillas del ayer…   ¡Ay, entusiasmo que te diluiste!... ¡Oh amor, oculta filosofía!...   Entonces, rememoro arcanos ardores pa’ buscar nuevas historias e idilios entre los devaneos de la noche o con aquel sol trepador de cuestas, sobre rúas de aldeas cordilleranas o bajo centenarios árboles del bello campo en este cerro de caminos indios… ...

Los Muros Callan

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  En una hacienda perdida en la espesura del monte, vivían Ernesto y Lucía, un matrimonio marcado por el infortunio. Años atrás, el nacimiento de su único hijo, Octavio, había llenado de júbilo sus días, pero el destino pronto les mostró su crueldad. A los tres años, una fiebre ardiente se llevó la lucidez del niño, dejándolo atrapado en una mente desolada, incapaz de hablar o comprender. Octavio era ahora un joven de quince años, pero sus ojos vacíos y sus movimientos torpes lo convertían en una presencia inquietante. Su único pasatiempo era recorrer, una y otra vez, los muros del patio, arrastrando los pies y golpeando las piedras con un palo, emitiendo un sonido monótono y perturbador que resonaba por toda la casa. Ernesto y Lucía, desgastados por años de cuidados infructuosos, habían aprendido a ignorar aquel sonido. Pero el silencio era aún más insoportable, porque en él se escondía el eco de sus propias culpas, de aquel día en que no buscaron al médico a tiempo, de su n...

Mora..Mora..Morita

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Mora... Morita... Mora... luz de luna gajito de dulzuras. Ilusión que anida diminuta en una cuna llenando de ternura el corazón. Mora... Morita... Mora... luz de luna retacito de cielo. Bendición ojos de intenso azul con luz moruna que en lágrimas desnuda mi emoción. Te trajo el sol... La luna... Fue el rocío quien te vistió de luces y dulzura barriendo como un ángel amarguras. Te trajo Dios. La Fe... el sueño mío el ansia de alcanzar con la ternura el amor que es la fuente de venturas. Julia Zelis de Ercolani nacida en Capital Federal. Psrticipó de múltiples antologías. Participó en programas radiales con Carlos Fuentes. Fue Coordinadora del Taller Literario Jorge Cocaliadis. Fue jurado en Certamenes y ganó premios en varios concursos de Cuentos y Poesía.

El sembrador de caos

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  Tras milenios de vivir bajo la sombra de su padre y lidiar con el desprecio de sus hermanos, el perverso dios Ares se percató de algo, el mundo a su alrededor estaba cambiando, no solo los reinos de Grecia iban en decadencia, sino que también nuevos dioses estaban surgiendo y muy pronto, su dominio sobre lo humanidad se vería mermado. Ignorantes de aquello, uno a uno sus congéneres divinos fueron cayendo en el olvido, sin embargo, él prevalecía, pues a diferencia de Apolo, Dionisio, Hermes y Atenea, su fuerza no provenía de la devoción de los hombres, sino de la rabia que les invadía en el campo de batalla, un sentimiento que existía antes de que él tuviera conciencia y que prevalecería hasta el fin de los tiempos. A sabiendas que solo la hostilidad y sed de sangre podrían mantenerlo vivo, Ares dejó de lado su estatus de dios y optó por esconderse entre los mortales sembrando la discordia, el rencor y el miedo en cada una de las distintas civilizaciones con las que tenía co...