NO TODO ES UN NÚMERO
Ariana era de las mejores alumnas del salón. Siempre sacaba las notas más altas, entregaba sus trabajos a tiempo, y todos los profesores la elogiaban por su esfuerzo y responsabilidad. Muchos la veían como el ejemplo perfecto: ordenada, puntual, aplicada. La escuela donde estudiaba era grande y antigua, con paredes de color crema, pisos fríos de cerámica y salones amplios donde las ventanas dejaban entrar el sol a medias. En los pasillos siempre había ruido: pasos apurados, risas, voces, y anuncios colgando torcidos en los murales. A Ariana le gustaba ese lugar, pero lo que más disfrutaba era el silencio de la biblioteca, la tranquilidad de tener todo en orden, y ver sus cuadernos llenos de apuntes bien escritos con resaltadores de colores. Le encantaba aprender, pero también sentía una presión constante. No venía solo de los profesores o su familia... venía de ella misma. Sentía que, si algún día fallaba, decepcionaría a todos. Que, si bajaba su rendimiento, ya no sería "la inteligente", "la responsable", "la que nunca se equivoca". -Tengo que hacerlo bien -se repetía-. No puedo fallar. Una semana complicada en casa -poco descanso, muchas responsabilidades, preocupaciones- la dejó agotada. Aun así, intentó prepararse para el examen de matemáticas, pero no logró estudiar como siempre. Entregó la prueba nerviosa, insegura, pero con la esperanza de al menos aprobar. El día que las devolvieron, la profesora comenzó a repartirlas con rostro serio. Cuando Ariana escuchó su nombre, sus manos comenzaron a sudar, y sus pies se pusieron fríos como si el suelo estuviera congelado. Su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en el cuello. Cuando recibió su hoja, lo vio: 08. Rodeado por un círculo rojo. Fuerte. Gritando. Fallaste. Guardó la hoja sin mirar a nadie. La cabeza baja. La garganta cerrada. Pidió permiso para salir y caminó directo al baño. Se encerró en uno de los cubículos y se dejó caer sobre la tapa del inodoro, abrazando su mochila. No era solo una nota. Era el miedo, el peso de su propia exigencia. Se sentía como si todo lo que había logrado no sirviera. Como si esa calificación definiera quién era. Al salir, su amiga Bianca la esperaba apoyada en la pared, como si supiera que algo no andaba bien. - ¿Y ese drama por un 08? -le dijo con una sonrisa tranquila-. ¡Hasta los profes se equivocan a veces! Ariana no respondió, pero Bianca se acercó y la miró a los ojos: -Tú no eres un número. No vales menos por una nota. Eres mi amiga, y sé todo lo que vales, aunque saques un 08 o un 20. Esa tarde, Ariana se armó de valor y habló con su profesora. Le explicó cómo se sentía, y la maestra, con voz amable, le dijo algo que no olvidaría: -Ariana, eres dedicada, inteligente y muy valiosa. Pero también eres humana. Fallar no borra lo que has logrado. Aprender no significa ser perfecta, sino tener el valor de seguir adelante. Por primera vez, Ariana entendió que su valor no dependía de una calificación. Que su esfuerzo no debía medirse solo por resultados. Que podía equivocarse... y seguir siendo ella misma. Desde entonces, siguió estudiando con dedicación, pero también aprendió a respirar más hondo, a soltar un poco el miedo... y a ser más amable consigo misma.
Ana Paula Ramos Alvarez
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