La Tía Berta

 


__Nunca te cases Antonia__ me dijo la tía Berta mientras con la mano derecha arreaba montoncitos de migas por el hule gastado de la mesa.  En el centro del patio de ladrillos, en ese cielo encauzado,  entre malvones,  geranios y glicinas se erguía majestuoso el   brocal  revestido de azulejos y sobre él  un pescante de hierro, a modo de arco muy ornamentado, donde se sujetaba la roldana, la soga y el balde. Recuerdo uno de esos días: estaba levantando el balde para llevar agua a la cocina (mamá no lo podía hacer por su estado de embarazo) cuando escuché gritar a mamá:   __¡Llegó la tía Berta!__. No tuvo tiempo ni de acomodarse en el comedor.  __ Escondé las valijas Antonia, que no las vea tu padre__ me ordenó  mamá. La tía Berta, la hermana mayor, muy parecida físicamente a mi madre venía a instalarse unos meses a la casa. En ese momento desconocí el motivo de su visita tan repentina pero cuando iba hacia el cuarto  escuché detrás de la puerta __Esto hermana,  no da para más__  Enseguida le  llevé las pertenencias y la tía me siguió detrás __Compartiremos el cuarto, ¿no Antonia?__ me dijo con su espíritu jovial. Y antes de responderle pensé en el alivio que sería compartir mis desvelos cuando esos golpes en la pared contigua no me dejaban dormir. Los días familiares parecían amadrinados: llegaba uno y el otro, y el otro, y el otro. Los días eran como una tropa sin fin pasando la tranquera.                                                                                                                                               En esta misma casa  nacieron la tía Berta y mi madre María.  Mi tía venía a darle un sentido fresco a esta vida marchita. Nunca me contó mamá como se conocieron con papá  así que voy a obviar esa parte de la historia. Los atardeceres se diluían en vino cuando papá volvía del algodonal. Silencioso se sentaba en la punta de la mesa __¡Serví la comida María!__ gritaba. Con dos botellas de vino tinto en ambos lados, comía silencioso y mientras se limpiaba los dientes con la punta del cuchillo __Hasta cuando pensás quedarte Berta__ le preguntó malhumorado.  __Me quedaré hasta que nazca el bebé. Y ya que preguntás: ¿Podríamos acondicionar el cuarto más amplio y trasladarnos con Berta allí?__. El estampido del grito y el puñetazo sobre la mesa hicieron que las botellas de vino dieran  contra el suelo. Luego el portazo y el silencio sólo fue interrumpido por la voz de mamá __No le hagas caso Berta, ya lo conoces__ Yo me fui a refugiar a mi cuarto y me abracé a mi conejo de peluche __ La tía corrió detrás de mí y con los ojos hinchados me dijo __Nunca te cases Antonia__.  Se acostó en la cama de al lado y me empezó a leer  un libro que me había traído de regalo “Mujercitas” de Louisa May Alcott  pero unos golpes en la pared de la habitación de mis padres interrumpieron la lectura. Eran golpes secos, como puñetazos, yo me escondí como lo hacía habitualmente entre las sábanas y me apreté a  la suavidad del conejo para amortiguar los ruidos. A la mañana siguiente el vacío árido del domingo nos encontró en el desayuno. Nadie preguntó por la tía. Cuando volví al cuarto la encontré con el pincel en la mano __Hay que cambiarle la cara a esta habitación. ¿Podés correr el mueble Antonia?__ me pidió. Cuando corrí el baúl que hacía de silla y de mesa de luz, algo se cayó al suelo. Un libro de tapas duras, de cuero. Como la tía estaba de espaldas aproveché para abrirlo: fotos de niña, junto a mis abuelos, a mamá y en la última hoja vestida de novia junto a un hombre muy elegante. __Antonia, quién te autorizó a que miraras eso__ me dijo enfadada y ruborizada. Luego se sentó a mi lado. __Viste esas fotos, yo fui muy feliz en esta casa junto a nuestros padres. Lo conocí una tarde mientras caminaba por la calle a comprar el pan. En el  mes de septiembre, mes de las mariposas fluctuando entre los surcos de los algodonales. Nos miramos entre la lluvia y nos reconocimos como dos animales de la misma especie que se olfateaban. El me miró mientras se secaba el pelo mojado por la lluvia. Yo lo miré también para convertirlo inmediatamente en mi dulce de guayaba  con queso. Después vino la hora de la estrella:   nos casamos enamorados. Pero la vida me jugó un puñetazo en el estómago. Como si tuviera barro en las venas, comenzó a golpearme.  ¡Lo llevamos como un estigma Antonia!__  y agregó de nuevo __¡No te cases nunca!__. Después una marea angustiosa la inundó  con la realidad de su desgracia y la de su hermana.   El campo dormía  y el sol ya golpeaba sobre el patio de tierra. La tía me vino  a despertar aunque hacía  un rato que miraba las mariposas revoloteando por encima de las flores del ceibo. __Antonia, a tu mamá la llevé a internar anoche, perdió el bebé, estará unos días ausente__ Miré las paredes blancas, hundí  los puños en la almohada y las lágrimas me envolvieron  en un velo que deseó borrar mi mundo.   Un atardecer caluroso la vi bajar del coche a mamá, cruzó el patio  y se abrazó al tronco del árbol de las guayabas,  se dejó caer y con la cara contra la corteza húmeda gimió como si ladrara, como si el alma saliera por sus gemidos y echara afuera la desgracia. La lluvia comenzó a caer, el vestido se le pegaba  al cuerpo y ella estiraba  los brazos hacia el cielo. La tía Berta y yo corrimos para abrazarla pero ella nos suplicó __Déjenme sola__.  En la casa las voces se apagaron. Sólo se escuchó el ruido de unas botas que se encaminaban hacia la cocina. Con la tía nos acostamos sin cenar.  La tía Berta sollozaba y repetía __ ¡Es un animal!, ¡es un animal!__. A medianoche los ruidos en la pared me despertaron,  antes de esconder la cabeza debajo de la almohada miré hacia la cama de al lado. La tía no estaba. Escuché que la puerta del cuarto de mis padres se abría. Después el estampido.  Corrí hacia el pasillo y vi a mamá y a la tía que cerraban la puerta del cuarto __Ya no te molestarán más los ruidos Antonia__ me dijo la tía Berta  todavía con el revólver en la mano.

Graciela Susana Nardín es Bachiller en Letras, Profesora de Castellano, Literatura y Latín. Fue coordinadora del taller literario “De puño y letra” y de  cinco ediciones de las revistas del mismo nombre. “El galponcito” es el taller que dirige actualmente. Correctora literaria y prologuista de varios autores locales. Tiene publicadas cinco obras literarias.  Obtuvo  premios a nivel nacional e internacional.


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