CUENTO: “PRIMITIVA”

 


   La vida le vino del río. Primitiva estaba en pie antes  de que el sol se abriera entre los cerros. Como todos los días iba en procura de raíces y ramas secas, restos de los que fueron arbustos arrancados de cuajo por la creciente del verano. Arriba el cielo  de un color violáceo y confundido. Una bandada  de cuervos sobrevolaba  bajo, en dirección del lecho del río San Juan de Oros. Entonces  apuró el paso  hacia allí y lo vio: la cabecita atascada entre dos piedras y unos  ojos azules enormes que miraban el cielo. La vieja Primitiva lo envolvió en su poncho de llama y lo llevó a su  rancho de adobe y paja. __Lo acosté  al lado del fogón para darle calor,  estaba casi congelado, entonces   lo cubrí con  emplastos de grasa de iguana. Después le unté el cuerpo con aceite y lo rocié con agua bendita para eliminar las energías negativas.  La  leche de oveja  reanimó  enseguida ese cuerpecito sufriente__ cuenta  Primitiva mientras mete la masa tierna de pan de anís por la boca del horno de barro.  El cerro comenzaba a renacer en pequeños latidos. Una mujer, con la fuerza de lo irremediable,  lo había pujado hacia la orilla  del río. “Esta tierra está muy triste pero es la tierra santa. Este niño ha de hacer que nazca la hierba y que regresen las tejedoras, los carpinteros, la magia  y el cura para abrir la iglesia”  pensaba Primitiva, por eso le dio un nombre: Santos (sagrado) y su mismo  apellido: Condori. En los despueses cuando el niño estuvo en edad de mantenerse en pie fue aprendiendo  a palpar las semillas y escuchar su  propia sangre desenroscarse cuando los tallos verdes cubrían la huerta,  al silencio que nacía   del agua, al oro que  la mojaba  para hacerla maíz  y  al  aroma  que enhebraba  el aire cuando el  charqui estaba  a punto.  Pero una de las tareas que le atraía  misteriosamente a Santos era  abrir  y ventilar de cuando en cuando la construcción vecina:   la iglesia de San Juan de Oros, estaba cerrada como muchas otras de la Puna: sin altar, ni santos, ni  bancos, ni candelabros. Mucho menos el cura. Lucía  vieja y despintada. Cuentan que una noche un hombre golpeó la puerta, apenas caminaba, un enorme cuchillo le  atravesaba de lado a lado el cuerpo, fue a morir allí, bañado en sangre. A la mañana siguiente   cuando el cura iba a abrir  la capilla  vio el cuchillo cubierto de sangre  que volaba como un pájaro por el techo. Cerró la iglesia y se marchó espantado. El niño crecía y correteaba  por los cerros,  seguro  de que las dos piedras que lo habían salvado estarían esperándolo, el éxtasis le venía de ahí, del río. En ese paisaje  ingresaba en silencios calmos donde mecía una pena desconocida.  Cuando le preguntó una vez a Primitiva quién habría  sido su madre, la pregunta volvió intacta.  De noche dormían los dos en la misma yacija para contagiarse el ánimo y el coraje debajo de aquellos cielos tan altos donde las estrellas alumbraban intensamente como un centenar de ojos sin rostro. Después muy temprano el aire quieto se llenaba de olor a pan, del aroma de raíces, del rescoldo de las brasas. Cuando Primitiva  contaba treinta  henchidos panes  bajaba al pueblo para trocarlos  por velas, por levadura, por hilos de coser, por alpargatas, por telas o por una misa de domingo (que era lo que más soñaba)  para cuando reabriera la iglesia.   

 Después de muchos  años vuelvo al paisaje del norte, más precisamente a la inabarcable ruta 40.  Mi oficio de periodista de una revista de turismo me lleva nuevamente en búsqueda de  Primitiva,  en el paraje de San Juan y Oros, para escuchar sus historias. Antes me detengo  en la antigua iglesia que ya visité  alguna vez pero no pude conocer por dentro porque estaba cerrada. En una serranía bellísima de mil colores,  estaciono  el auto a pasos de la capilla  que esta vez está abierta y recién pintada de blanco. Me  reciben dos perros y detrás de ellos asoma una sotana, un cura muy joven me  da la bienvenida y me  cuenta la historia de la misma: “Una construcción de adobe  mampuestos de tierra cruda mezclado con paja. Se hicieron y se hacen aún hoy, en comunidad. La tipología de la iglesia responde a la arquitectura mudéjar, con torre campanario y  nave única. Los españoles las adaptaron a nuestra geografía. Las más antiguas son de finales del siglo XVII”.  Antes de irme   saco fotos del lugar  y   le pregunto  el nombre al sacerdote __Soy  Santos Condori.__ me responde.  Cuando retomo  mi  camino  blanco y polvoriento el doblar de unas campanas me  dice adiós  en  este lugar sagrado, sin tiempo.  El  lugar que alguna vez soñó Primitiva Condori.

                                                                                                            JUANA


Graciela Susana Nardín es Bachiller en Letras, Profesora de Castellano, Literatura y Latín,  además posee posgrados en  Diplomatura   Superior  en Gestión Educativa y Diplomatura Superior  en Estudios semióticos.    Fue coordinadora del taller literario “De puño y letra” y de  cinco ediciones de las revistas del mismo nombre.  “El galponcito” es el taller que dirige actualmente. Correctora literaria y prologuista de varios autores locales. En diciembre del año  2023 recibió el primer premio en la categoría cuento en el 22° Certamen Internacional de poesía y cuento “Mis escritos”.


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