TRAS EL INFINITO

 


 

Acostado en el lecho, las noches se asemejaban a la agitación que produce una tempestad. La mujer que había visto contonearse de manera tan armoniosa se negaba a salir de sus sueños. Con la mirada fija en sus ojos, la veía acercarse envuelta en hojas que se le desprendían del cuerpo hasta quedar totalmente desnuda. Se despertaba muy inquieto y confundido.

Sudoroso, esa mañana le pidió que subiera por un momento. Ella se presentó. Por un instante, se quedó quieta, no supo qué hacer y se preguntaba para qué la había hecho venir. Observó el lugar en donde estaba, era majestuoso y no sabía cómo describirlo. El asombro se reflejaba en su rostro y pensó en una palabra, sin saber dónde la había escuchado: infinito. Él interrumpió sus contemplaciones y le dijo:

—¡Baila para mí!

Ella no entendió. Sólo sintió un aire que silbaba murmullos lejanos, que pasó por su cabello y lo movió un poco, como diciéndole que era un confidente y nadie se enteraría; además, podía avisarle. Era el viento, el cual pronto se convirtió en música, en un arrullo pacífico para el lugar.

Trató de mover las caderas, como cuando el mar mecía su cuerpo en los atardeceres, pero sus brazos seguían rígidos, casi unidos a la piel.

Él la observaba, recostado y desnudo.

—¡Vamos, baila! ¡Mueve un poco más tu cuerpo!

Ella escuchaba sus profundas palabras, como salidas del interior de una caverna vasta, con una fuerza de atracción que le erizaba la piel.

—¡Vamos, tu compañero no se enojará porque te pida que bailes!

La frase fue muy insinuante, porque ella nunca había visto a quien tenía enfrente. Cuando solía preguntarle a su compañero al respecto, éste le respondía que era inconcebible. Ahora, estar desnuda en su morada, sintiendo por vez primera su presencia, desplegó una rara picazón por su cuerpo. Era una experiencia nueva, pero no le molestaba. Nunca lo había imaginado, mucho menos que era agradable.

Su compañero andaba por ahí, vagando por los prados, explorando las cosas que maravillado solía mostrarle todos los días, un descubrimiento cada vez.

—¡Pero no tarda en llegar, me lo dijo! comentó, con voz ingenua y cómplice, el sonido de la dulzura propia de la inocencia.

Él quiso decirle que no importaba. En el lugar donde estaba, nadie se iba a dar cuenta, ni a mirarla.

—¡Quiero que bailes para mí! —puntualizó.

El viento empezó a silbar una música lenta, un murmullo que aumentaba hasta tornarse armónico y constante. Ella frunció los hombros, pero el viento la movió un poco. Se dejó llevar y empezó a contornearse, de manera rápida y torpe.   

—¡No, más despacio, como si te mecieran las olas del mar! —escuchó su voz.

Ella se sorprendió. Recordó las tardes en que disfrutaba dejándose acariciar por las olas, mientras miraba hacia la inmensidad del cielo y veía cómo el azul se transformaba en una policromía dominada por el rojo y el amarillo. Fue espiada en esos momentos contemplativos.

Empezó a sentir y a imaginarse las olas del mar tropezando con su piel y se dejó llevar. Él expresaba en el rostro la satisfacción de ver a la mujer contorsionando las caderas, tocándose la piel y el cuerpo, como si nadie la estuviera viendo. Y la dejó extasiarse, disfrutar del instante, hasta que el infinito dejara de serlo.

—¡Alto! ordenó.

Ella obedeció y tropezó un poco por el susto repentino. Se quedó ahí, parada. Él se levantó de su lugar y la miraba. La había observado por largos instantes, mientras la música del viento la llevaba de un lado hacia el otro.

—¡Déjame tocarte!

Ella no dijo nada, sólo lo vio acercársele a su cuerpo, al rostro, a la oreja. Sintió su aliento, como hierba cuando el viento pasa suavemente por las hojas. Escuchó un susurro en el oído:

—¡Ven, deja a Adán perdido en el Paraíso! ¡Quiero hacer de tu piel mi almohada y de tu cuerpo el infinito!

Se la llevó a lo profundo del Paraíso, donde la inmensidad nunca pudiera encontrarlos, mientras el compañero continuaba descubriendo los secretos de la naturaleza.

Guillermo Ríos Bonilla

 

Nació en 1976 en Colombia, y en el año 2004 se naturalizó mexicano. Estudió Letras Clásicas en la Universidad Nacional de Colombia; y en la UNAM de México. Ha publicado los siguientes libros: Réquiem por un polvo y otras senXualidades; Burbujas de aire en la sangre; Los vástagos del ocio e Historias que por ahí andan.

 


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