EL MAGO.

 


 

  El anochecer reparte el aterrador aullido de los perros jíbaros hasta las copas de los árboles, penetra en cada madriguera, visita los bohíos de los hombres y caen gotas con un rocío tan denso que simula un aguacero. El frío igual a un carcelero castiga a los que salen de sus chozas. Pasa la noche y llega el amanecer que en las montañas tiene sus peculiaridades, luego de cantar el gallo el sol se toma su primer trabajo al despejar la neblina que apenas deja ver los senderos. Con la voz sucede lo contrario, vuela a grandes distancias para regresar luego con el eco anunciando que repartió el grito. Es así que en pleno lomerío estaba aquel pueblo de casas apartadas y pobres. Lo habitaban unos pocos habitantes que vivían olvidados los unos de los otros. Era un único pueblo con un hombre que iba de bohío en bohío para hacer visitas todos los días y saber cómo le iba a su gente. Soñaba reunirlos en algún lugar de aquel monte y es así que revisó y revisó su cerebro una y otra vez buscando la idea que lo ayudara a llevar a vías de hecho aquel deseo. Hasta dormido su cerebro quedaba resolviendo el problema, es de esta forma que logró cazar una jutía y la asó, ansioso paseó de una rústica vivienda a otra invitando a todos. Inocente, ¡Quién iba a caminar tanto por una jutía! Llegó la noche y comió solo aquella delicia. El segundo día cazó un puerco jíbaro y también se puso a asarlo y luego fue desde el vecino distante hasta el más cercano, invitando a todos.  Llegó la noche y también comió solo el asado, la sobra la tiró fuera para los perros. Pedro era su nombre y el mago su apodo, el mago porque era capaz de hacer de todo y en todas las casas. Caminó árbol tras árbol, matojo tras matojo, piedra tras piedra y no le llegó una idea para reunir a su gente. Al volver a la casa mató un venado y esta vez no lo asó lo dejó descomponerse para luego lanzarlo frente a su jardín, pronto las tiñosas volaron por montones dando a uno por uno un fatal mensaje, Pedro murió. Sin tardanza fueron llegando y se alegraron de verlo vivo para compartir luego un té de hojas y yerbas, había hecho el mejor truco de su vida. Fue un único truco, una única vez y atrajo al pueblo igual que un mago hasta su magia.


Autor: Esteban Dionicio Aguilera Gonzalez

Jubilado, 72 años

Trabajos anteriores: Maestro y luego técnico en telecomunicaciones.

Correo: edag06@nauta.cu


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