AMOR PLATÓNICO
¿Quieren que me concentre? ¿es una broma verdad?, mañana
a primera hora voy a presentar mis quejas formales al ministerio de educación,
esta situación es insostenible. Un profesor de filosofía tiene que ser viejo,
feo, petiso, pelado, en lo posible barrigón y con alguna deformidad, pero esto
no tiene nombre, y si lo tuviera sería maldad. Nunca he creído en Dios, pero
cuando lo vi pasar por primera vez por ese pasillo, la razón de mi sinrazón se
hizo pedazos, no parecía de este mundo y tampoco del otro ni del subsiguiente,
era una mezcla entre James Dean, Elvis Presley y Leonardo Di Caprio, se me
inflamaron las córneas de tanto mirarlo. Cristóbal...¡Hasta el nombre lo tenía
lindo!, su apellido era un trabalenguas que nunca pude escribir ni pronunciar,
pero me quedó muy claro porque les quedan tan sabrosos los kuchenes a los
alemanes.
Cuando hablaba me sentía perdida, sus
palabras manaban del manantial infinito de su sabiduría, y daba igual si era
Sócrates, Aristóteles o Tomás de Aquino, yo sólo miraba la curvatura de sus
labios. A veces para no desconcentrarme imaginaba que tenía pústulas en la cara
y una uniceja gigante sobre sus hermosos ojos azules, mientras más lo afeaba
más me sentía atraída hacia él. En mi cuaderno escribía su nombre y el mío
dentro de un corazón, dibujaba la casa en la que viviríamos juntos y unos
fuegos artificiales como los del castillo de Disney. Me acercaba después de clases con cualquier
excusa tonta sólo para sentir su aroma y agasajarme con cada sonrisa que me
regalaba. Mi corazón explotaba como una estampida de toros salvajes, los
colores se me subían a la cara, tartamudeaba y no atinaba a otra cosa que no
atinar a nada. ¡Y cómo iba a controlarme!, era como si a un diabético le
pusieran una torta selva negra por delante.
Ya no podía seguir
reprimiendo mis sentimientos, de alguna manera tenía que hacérselo saber, pero
tampoco quería ser tan evidente. Me pareció una buena idea dejarle un papelito
en el limpiaparabrisas del auto todas las mañanas, algunas veces eran cosas que
se me ocurrían en el momento, otras en cambio eran letras de canciones que
escuchaba por la radio. Mi favorita era una de Miguel Bosé que dice:
"Olvídame tú que yo no puedo", de hecho, pensé que esa podría ser
nuestra canción una vez que hubiéramos formalizado nuestra relación. Yo sabía
que estábamos hechos el uno para el otro, teníamos mucho en común, él era virgo
y yo tauro, y estaba segura que en una vida anterior habíamos sido amantes.
Conocía su itinerario de memoria, llegaba
siempre con media hora de antelación a la sala y siempre con una sonrisa de
oreja a oreja, no recuerdo haberlo visto enojado. Adoraba la forma en que cogía
la tiza y escribía sobre la pizarra la palabra: REMINISCENCIA, la forma en que
ocupaba el espacio desplazándose de aquí para allá como un cervatillo y cuando
pasaba lista y mencionaba mi nombre y yo contestaba: "Presente",
aunque estuviera ausente.
Cuando no estaba haciendo clases estaba en el
casino, siempre pedía el cappuccino con dos cucharadas de azúcar y nunca pedía
nada para comer porque según él tenía el estómago delicado. Luego sacaba el mp3
y se ponía los audífonos y era todo un espectáculo, se ponía a cantar en voz
alta canciones de Frank Sinatra, con evidente falta de dominio en la técnica
vocal... y aún así me parecía perfecto. Una mañana de viernes cuando nos pasaba
las falacias argumentativas, noté que me miraba con demasiada insistencia como
si quisiera escupir fuego dentro de mis ojos. Intenté mantener la calma, a lo
mejor yo estaba equivocada y era producto de mi mente muy dada a la fantasía,
pero no...seguía observándome con esos ojos de cielo que eran mi perdición.
-Es todo por hoy- dijo al finalizar la clase-
pueden irse todos...todos menos tú. Y cuando dijo "tú" se refería a
mí.
Comencé a sentirme incómoda cuando cerró la
puerta tras de sí y me hizo sentarme en una silla que dispuso frente a su
escritorio, esta vez ya no sonreía.
-Tenemos que hablar - murmuró, y pude
advertir una arruga sobre su frente, luego abrió el primer cajón y sacó uno por
uno todos los papelitos que le había escrito a lo largo del semestre. A esas
alturas yo me moría de la vergüenza y no hallaba dónde meterme.
-La primera vez lo encontré simpático-me dijo
sin quitarme la vista de encima ni un solo segundo- me subías el ánimo, hubo
días en que me miraba al espejo y realmente me sentía mister mundo - esbozó una
sonrisa de esas que derriten los glaciares- de verdad que me sentí halagado, pero...
En ese momento yo sabía de sobra que nada
bueno iba a salir de todo eso, si hay algo que el conocimiento empírico me ha
enseñado es que después de un pero siempre ocurre una catástrofe.
-Pero...pero esto tiene que parar aquí.
Entiendo que tal vez puedas confundir la admiración con otra cosa y estoy
seguro que en unos años más, cuando seas una persona adulta con criterio
formado, vas a pensar: ¡En que momento me pude fijar en este viejo ridículo y aburrido!
Y no, no tenía nada de viejo ni de ridículo ni de
aburrido sino todo lo contrario y él lo sabía perfectamente, cada partícula de
su cuerpo destilaba sex appeal.
- Lo que te quiero decir es que a tu edad es normal tener
un amor platónico - hizo una pausa para poner en orden sus ideas y tomar aire (su
voz era profunda a la vez que varonil) - no hay nada de malo en ello, no es un
pecado ni es un delito, pero tenemos que guardar las proporciones, soy un tipo
que prácticamente te dobla la edad y soy tu profesor - entonces hizo énfasis en
la palabra "profesor" y fue como si me enterraran un puñal a la
altura del pecho.
Salí intempestivamente de la sala con lágrimas de rabia asomándome
en los ojos y antes de darle tiempo a reaccionar cerré la puerta de un violento
y sonoro portazo. A la semana siguiente lo encontraba feo, viejo y ridículo, su
clase me parecía en extremo aburrida e innecesaria y en lugar de tomar apuntes
como de costumbre, dibuje un corazón partido en dos y un "TE ODIO"
escrito en letras mayúsculas.
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