Una wawita angelical

 


Por las noches teniendo como compañero al insomnio, le parece escuchar que una voz viaja desde las altas montañas y nevados del Perú. Aquella voz suave y primaveral la tranquiliza.

Algunas tardes, mira con nostalgia aquellas fotos de su infancia, en un lugar donde la vida no es competencia, sino armonía; donde no hay caos, sino una sencilla naturaleza. Recuerda el colegio nacional donde aprendió a leer y sumar, así como el idioma, las enseñanzas populares, tradiciones e historias maravillosas contadas por los taitas de su pueblito.

―¡Qué bello es el cielo de mi tierra! ―decía con mucho orgullo, mientras empacaba sus pocas cosas para ir a la capital.

Al llegar ve el cielo gris, muy diferente al de su natal Huancavelica: tierra de aguas y lagos cristalinos, de pampas verdes y tranquilas. Allí donde sus recuerdos siempre regresan, esa bendita tierra donde un sonido de quena y zampoña,  es suficiente para ser feliz.

Cada mañana siente la garúa en Lima; pero no es de llevar guantes ni mucho abrigo ―a ella no le afecta el invierno melancólico de la capital―. Nunca se sintió menos que nadie, con la frente en alto (a pesar de su humildad) de manera gallarda, se enfrentaba a la vida y a sus fríos latigazos.

En el trabajo, a veces el cansancio y el estrés la quieren vencer, y cuando ya todo no parece importarle nada y está a punto de dejarse hundir en el fondo de la tristeza y desesperación; de nuevo la voz primaveral resuena tiernamente en su ser.

― ¿Por qué a mí, por qué? —Se pregunta cuando siente el peso de la ausencia. Sus clamores parecen llegar hasta las ruinas de los antiguos castillos Wari y Chancas, desde allí un Curaca grita al viento:

 ―¡Resiste mujer, resiste, recuerda que somos una raza indómita, guerrera que nunca se dejará vencer!

Evita pasar por los tragamonedas, pues su wawita trabajaba en uno de ellos para pagarse sus estudios. Busca escapar del laberinto de la ciudad y de los recuerdos tristes; con el tiempo se acostumbró a la rapidez del capitalino, que parece ir siempre ensimismado e indiferente.

De noche antes de acostarse, se mira al espejo, y ve que las ojeras no se han ido desde aquel funesto día. Su pelo empieza a tener un color cenizo, y la brillantez de sus ojos se van perdiendo poco a poco. Parada frente a la vida, sin entenderla, casi a punto de gritar, y dejar el espejo hecho añicos; otra vez la voz angelical aparece para tranquilizarla.

Amanece, es otro día más de trabajo. Ahora el día es hermoso.

―¡Hijita, hijita ya sé dónde estás! ―Dice la madre.

Imaginarse a su risueña wawita que le habla, es un consuela para soportar la vida, esperando el momento en que sus almas se funden en una sola, en un brillante cielo de la sierra del Perú.


Breve semblanza del autor

Javier Arturo Huamán Quepui, Lima, (1978), Narrador peruano, estudió Derecho en San Marcos. Sus cuentos han sido publicados en diversas revistas digitales de España, México, Argentina y Venezuela. Fue parte de la Antología por el 27° aniversario de la revista Letralia (Venezuela) En la misma editorial además se han publicado tres cuentos suyos  bajo el nombre de: “Tres cuentos  urbanos de una Lima que se fue”.


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