AUSENCIA


 

No paraba de reír con mi nariz sangrante. Reíamos juntos mientras caían las gotas de sangre sobre el sofá. Me había puesto a llorar por esas cosas por las que lloran los viejos. Imagino que lo tomó como el inicio de un juego y ¡zas! me reventó la nariz. Entonces pude advertir, como siempre que jugábamos, la felicidad en sus ojos infantiles; pocos ojos en el mundo sonreirán como los suyos. Pero el mundo no estaba ni estará preparado para un ser como tú, Gorda. En serio, Gordita: vivir es un crimen cotidiano cuando se quiere de verdad. Ahora ha desaparecido y he recordado cuando me hirió la nariz. Me arrepiento tanto de haberle gritado horrible por comer mi cereal con leche.

La Gorda es muy delicada y resentida, por cualquier cosa enmudece y sus ojos negros… hay cosas que no se pueden explicar, lo juro por Dios. Quiero pensar que pronto regresará y me volverá a reventar la nariz, pero inútilmente trato de engañarme: sé que se ha perdido en esta ciudad indiferente llena de sabandijas impasibles; y es una lástima que sea yo tan viejo y ella tan joven aún. Muchos años no pasarán antes de que los gusanos se sirvan de mi cuerpo. Y ¿quién morirá primero, Gorda? Quisiera ser yo el primero en partir, pero pienso en el futuro de alguien como tú en esta ciudad que rezuma indolencia y quisiera matarte yo mismo con estas manos que tantas veces te acariciaron y luego matarme. Pero la vida es así, Gordita linda, casi nunca acariciamos con cariño sincero. Ahora te has perdido y creo que no regresarás.

Tengo dos hijas, unas viejas amargadas, que por falta de valor no maquinan mi muerte y solo esperan mi pronta partida. Sé que venderán la casa en cuanto yo ya no esté, y qué será entonces de la Gorda. Preferirá la muerte a vivir con dos mujeres envilecidas por la ausencia del amor en sus vidas. Quién sabe si la echarán a la calle, son capaces de todo. Cuando pienso en estas cosas, Gorda, quisiera tener esta vida por siempre, al menos hasta que llegue el momento de tu natural partida.  Pero soy solo un pobre viejo solitario. Un viejo que se lamenta solo, pero que antes hablaba contigo. No sé cuántos días ya pasaron, uno, dos o tres, y otra vez me es difícil precisar el tiempo desde tu ausencia. Mi pesar es la arena en mi desierto. No solo es tu ausencia que me consume diariamente, es que esta ciudad de demonios no perdona a los ángeles, los devora sin compasión. Los elimina con gran satisfacción.  

Nunca pensé que fuera tan difícil caminar, pero camino por aquí, pero camino por allá, voy recorriendo parques intranquilos y avenidas exageradas, y la voy buscando con la poca vista que aún me queda, y voy preguntado por ella con la exigua voz que aún me resta. Quisiera hallarla o morir. No puedo más y con urgencia, aunque también con cierta resignación, me siento en una banca. Agacho la cabeza y advierto que olvidé mi bastón. Trato de hallarlo con la mirada, pero solo veo gente que me ignora al pasar; una banca en el centro de una ciudad que me ha olvidado. Por eso te quería tanto, Gorda (te quiero tanto, Gordita): tú me hacías sentir que aún puedo importarle a alguien en un mundo que me olvida, en un espacio en el que desaparezco, en un tiempo en el que no existo. Pero veo pasar a alguien que podría ser yo mismo junto a ti, ¡pero no somos! No somos nosotros; sin embargo es tan fuerte mi sentimiento y tan vivo el recuerdo, que nos regresa y nos hace caminar juntos nuevamente. Juntos otra vez, Gordita.

Pero los días avanzan y mi angustia aumenta. No aparece. Estoy perdiendo las esperanzas. Estoy perdiendo la vida. Y mi vida te está perdiendo a ti, Gorda. Trato de razonar. ¿Y si no ha pasado tanto tiempo?, ¿y si solo han pasado unas cuantas horas, unos minutos?, ¿y si me estoy volviendo loco debido a la vejez?, ¿y si solo ha ido a dar la vuelta un rato al parque?, ¿y si ya está a punto de llegar? Si es así, entonces, comeremos juntos, descansaremos, iremos a pasear, regresaremos, leeré algo y tú a mi lado, los dos en el sofá de siempre; y quisiera que me vuelvas a reventar la nariz y volver a sangrar y volver a reír tanto como hace muchos años y poder ver otra vez, al menos una vez más, esos ojos tuyos tan oscuros y brillantes; y no hablar, pero estar juntos y hacernos compañía hasta el fin del mundo. Pero ya es tarde, pronto caerá la noche y sé que la ciudad te ha devorado, y al hacerlo me ha engullido a mí también. Sé que en el mundo no valemos nada, pero sé también que a tu lado el mundo tampoco valía nada.  

La noche fue cayendo al ritmo de sus párpados, la oscuridad fue absoluta. A unas cuadras se oyeron unos ladridos, como lamentos indescifrables.

Víctor Golem


Soy Percy Lucio Ponce, desde algunos años intento escribir, sobre todo cuentos. Resido en Lima, Perú. Mi seudónimo en VÍCTOR GOLEM y mi número de wsp es 979754921. Muchas gracias por la convocatoria. Muchos éxitos.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA TIERRA DE LOS LORES

PARA LOS QUICHÉ

Una wawita angelical